sábado, 5 de septiembre de 2015

Vicious (V.E. Schwab) - Capítulo XI




XI
Hace diez años
Universidad Lockland

-¿Y bien? -Dijo Víctor más tarde esa noche. Había tomado una copa. Un par de copas. Tenían una estantería surtida de cerveza para las visitas, y una reserva de licores fuertes en el armario debajo del lavabo del baño para los días muy malos, o los muy buenos.

-No hay ninguna forma -dijo Eli. Vio el vaso en la mano de Víctor, y se dirigió al baño para servirse uno, también.

-Eso no es estrictamente cierto -dijo Víctor.

-No hay manera de crear el control suficiente -aclaró Eli mientras tomaba un largo sorbo.- Ninguna forma de asegurar la supervivencia, por no hablar de cualquier tipo de habilidades. Las experiencias cercanas a la muerte siguen estando demasiado 'cerca de la muerte'. Es un riesgo demasiado grande.

-Pero si funcionara...

-Pero si no lo hiciera...

-Podemos crear control, Eli.

-No el suficiente.

-Me preguntas te si alguna vez he querido creer en algo. Y quiero. Quiero creer en esto. Quiero creer que hay algo 'más'. -Víctor salpicó unas gotas de whisky por el borde del vaso.- Esto podría ser 'más'. Podríamos ser héroes.

-Podríamos morir.

-Ese es un riesgo que corre todo el que está vivo.

Eli se pasó los dedos por el pelo. Estaba confundido, inseguro. Víctor disfrutaba viéndolo así.

-Solo es una 'teoría'.

-Nada de lo que haces, Eli, tiene una intención teórica. Lo veo en ti. -Víctor se enorgullecía de haber verbalizado la observación a la primera, considerando su nivel de embriaguez. Sin embargo, necesitaba dejar de hablar. No le gustaba que la gente supiera lo mucho que los observaba, los igualaba, los imitaba.- Lo veo. -Terminó en voz baja.

-Creo que ya has bebido suficiente

Víctor bajó la vista al líquido ambarino.

Los momentos que definen la vida no siempre son obvios. No siempre los ves como LEGENDARIOS, y nueve de cada diez veces no hay cuerda de la que colgarse, ni línea que cruzar, ni pacto de sangre, ni ninguna carta oficial en papel lujoso. No siempre son prolongados y cargados de significado. Entre un sorbo y otro, Víctor cometió el mayor error de su vida, y no estaba formado por más que una frase. Tres pequeñas palabras.

-Yo iré primero.

Había pensado en ello en el coche, al volver del aeropuerto, y se preguntaba: ¿por qué no? Había pensado en ello mientras comían, y más tarde cuando deambulaba por el campus, terminándose el café, pensó en ello todo el camino de vuelta a los pasillos de la residencia y los apartamentos de los estudiantes de último año de al lado. En algún momento entre la segunda y la tercera copa, el interrogante se había vuelto una rutina. Era la única forma de ser algo más que el espectador de las grandes hazañas de Eli. Ser un participante. Un contribuyente.

-¿Cual me sugieres? -preguntó.

-¿A qué te refieres?

Víctor alzó una ceja rubia, expectante. Eli no consumía drogas, pero siempre tenía, la manera más rápida en el campus de Lockland -y Víctor apostaba que en cualquier campus- de conseguir dinero, o nuevos amigos. Eli pareció ver, entonces, a dónde quería parar Víctor.

-No.

Víctor ya se había desvanecido hacia el baño, y salía con la botella de whisky, que aún seguía bastante llena.

-¿Qué tienes? -Preguntó de nuevo.

-No.

Víctor suspiró, rodeó la mesa y cogió un trozo de papel arrugado, y garabateó una nota. "Mira los libros del fondo de la estantería"

-Ahí -dijo, tendiéndosela a Eli, que frunció el ceño. Víctor se encogió de hombros, tomando otro trago.

-He trabajado mucho en esos libros -explicó él, sujetándose en el brazo del sofá.- Son poesía. Y son un mejor suicidio que cualquier cosa pueda suceder ahora.

-No -dijo Eli otra vez. Pero la palabra sonaba distante y apagada, y la luz en sus ojos aumentaba.- No va a funcionar. -A pesar de haberlo dicho, caminó hacia su habitación, hacia la mesa de la esquina donde Víctor sabía que guardaba sus pilas de libros.

Víctor se levantó del sofá, y le siguió.

***

Media hora después, tumbado en la cama con una botella vacía de Jack y un bote vacío de analgésicos a cada lado en las mesas mas cercanas, Víctor comenzaba a preguntarse si habría cometido un error.

Su corazón palpitaba como un martillo mecánico, enviando sangra por sus venas demasiado rápido. Su visión se tambaleó y cerró los ojos. Un error. Se sentó de golpe, con la seguridad de que iba a vomitar, pero unas manos le empujaron de nuevo contra la cama y lo sujetaron allí.

-No te vayas -dijo Eli, suavizando su agarre solo cuando Víctor tragó y se enfocó en los paneles del techo.- Recuerda lo que hemos hablado. -Decía Eli. Decía algo sobre luchar. Sobre la voluntad.

Víctor no escuchaba, no podía oír nada por encima de su pulso, ¿y como podía estar yendo su corazón más y más deprisa? Ya no se preguntaba si había cometido un error o no. Estaba seguro. Seguro de que en veintidós años de vida, este era el peor plan que había llevado a cabo. Este era el método "equivocado", dijo la parte racional de Víctor, desvaneciéndose, la parte que había estado estudiando la adrenalina y el dolor y el miedo. No debió haber ahogado las anfetaminas con whisky, no debió haber hecho "nada" para embotar los sentidos y los nervios, para facilitar el proceso, pero estaba nervioso... y asustado. Ahora se entumecía, y eso le asustaba más que el dolor porque significaba que podría... desvanecerse.

Desvanecerse en la muerte sin tan siquiera enterarse.

Esto estaba mal mal mal... pero esa voz se iba distanciando, reemplazada por un amortiguado y difuso:

-Podría funcionar.

Forzó el pensamiento entre el pesado pánico. Podría funcionar, y si 'funcionase', él quería la oportunidad de quedarse con el poder, la evidencia, la prueba. Él quería 'ser' la prueba. Sin eso, solo sería el monstruo de Eli, simplemente el muñeco en el que Eli probaba sus ideas. Pero con eso, era el monstruo, esencial y enmarañado, proveniente de las teorías de Eli. Intentó contar los paneles, pero perdió la cuenta. Aunque su corazón rebotaba, sus pensamientos se arrastraban como sirope, ocupando el lugar de otros antiguos que aún no habían desparecido del todo. Los números empezaron a colapsar, a difuminarse. Todo se difuminaba. Sentía los dedos entumecidos, de una forma alarmante. No era exactamente frío, sino como si su cuerpo estuviera empezando a absorber energía, a cerrarse, empezando por las partes más pequeñas. Las náuseas desaparecieron también, al menos. Sólo el pulso precipitado le advertía que su cuerpo fallaba.

-¿Cómo te sientes? -dijo Eli, inclinándose hacia delante en una silla que había colocado junto a la cama. No había bebido, pero sus ojos brillaban, bailando con resplandor. No parecía preocupado. No parecía asustado. Aunque por otro lado, no era él quien estaba a punto de morir.

Víctor sintía algo raro en la boca. Tenía que concentrarse demasiado para formar las palabras.

-No muy bien -consiguió decir.

Habían optado por una buena sobredosis a la vieja ausanza por varias razones. Si fallaba, sería lo más fácil de explicar. También, porque Eli podría esperar y llamar cuando entrara en el momento de crisis. Llegar al hospital demasiado pronto significaba que no sería una experiencia cercana a la muerte, simplemente una un tanto desagradable.

El entumecimiento recorría el cuerpo de Víctor. Hasta sus extremidades, en su cabeza.

Su corazón se saltó un latido, y luego dio varios de golpe de forma desconcertante.

Eli hablaba de nuevo, grave y urgentemente.

Cada vez que Víctor parpadeaba se le hacía más difícil abrir los ojos de nuevo. Y entonces, por un momento, el miedo crepitó en su interior. Miedo a morir. Miedo de Eli. Miedo de todo lo que podría pasar. Miedo de que no pasara nada. Tan súbito y fuerte.

Pero el entumecimiento acabó con eso, también.

Su corazón volvió a saltarse un latido y hubo un espacio donde debió haber estado el miedo, pero había bebido demasiado para sentirlo. Cerró los ojos para centrarse en aguantar pero todo lo que hacía la oscuridad era atraparle. Podía oír a Eli hablar, y debía ser importante porque alzaba la voz como nunca lo había hecho antes, pero Víctor flotaba, entre su piel y la cama y el suelo, derecho hacia la oscuridad.

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