viernes, 4 de septiembre de 2015

Vicious (V.E. Schwab) - Capítulo X




X
Hace dos días
El Hotel Esquire

Víctor abrió la puerta del hotel mientras Mitch entraba cargado con Sydney -que estaba herida y empapada-. Mitch era enorme, con la cabeza rapada, con casi la mitad de piel que estaba a la vista tatuada, y tan ancho como la altura de la chica. Ella podía andar, pero Mitch había decidido que llevarla sería más fácil que andar con su brazo al hombro. También llevaba dos maletas, que dejó caer junto a la puerta.

-Esto servirá, creo yo. -Dijo él, mirando alegremente la lujosa suite.

Víctor dejó en el suelo otra maleta mucho más pequeña, se quitó el abrigo, lo colgó, y se subió las mangas mientras dirigía a Mitch al baño para dejar a la chica. Sydney levantó la cabeza mientras la llevaban al baño. El Hotel Esquire, situado en el centro de Merit, era de un estilo desnudo, que le hizo preguntarse si habrían tirado parte de los muebles, y se encontró a sí misma mirando hacia abajo en busca de indicios donde las patas de las sillas o sofás hubieran estado antes. Pero el suelo era todo de madera, o algo manufacturado que se parecía, y el baño era de piedra y azulejos. Mitch la dejó sobre la bañera -un espacio grande y sin puerta de mármol- y desapareció.

Se estremeció, sintiendo un frío pesado y penetrante, y Víctor apareció varios minutos después, con un montón de ropa diversa.

-Algo de esto te servirá -Dijo él, dejándolo en la encimera al lado del lavabo. Él se quedó al otro lado de la puerta del baño mientras ella se quitaba su ropa mojada y examinaba el montón, preguntándose de dónde vendría esta ropa nueva. Parecía como si hubieran saqueado una lavandería, pero las cosas estaban secas y calentitas así que no se quejaba.

-Sydney -Dijo al fin, su voz apagada por la camiseta, que se había atascado en su cabeza al ponérsela, y por la puerta que los separaba.- Ese es mi nombre.

-Un placer -Dijo Víctor desde el pasillo.

-¿Como hiciste eso?- Gritó mientras rebuscaba entre las camisetas.

-¿El qué? -Preguntó él.

-Hacer que el dolor parara.

-Es un... Don.

-Un don -Murmuró Sydney amargamente.

-¿Nunca has conocido a nadie con un don? -Preguntó el a través de la puerta.

Sydney dejó que la pregunta flotara, con el silencio subsiguiente, puntuado solo por el sonido de la ropa al arrugarla, estirarla, y tirarla. Cuando al fin volvió a hablar, todo lo que dijo fue:

-Ya puedes entrar.

Víctor lo hizo, y la encontró con unos pantalones de chándal demasiado grandes y un top estrecho demasiado largo, pero ambos servirían por ahora. Él le dijo que se sentara sin moverse mientras le examinaba el brazo. Cuando terminó de limpiar los últimos restos de sangre, frunció el ceño.

-¿Qué pasa? -Preguntó ella.

-Te han disparado -Dijo él.

-Obviamente.

-¿No estarías jugando con una pistola o algo así, no?

-No.

-¿Cuando ocurrió? -Preguntó el, presionándole la muñeca.

-Ayer.

Mantuvo los ojos en su brazo:

-¿Piensas decirme lo que ha pasado?

-¿A qué te refieres? -Dijo, irónicamente.

-Bueno, Sydney, tienes una halla en el brazo, tu pulso es varios latidos más lento de lo normal en una persona de tu edad, y tu temperatura está cerca de cinco grados demasiado baja.

Sydney se tensó, pero no dijo nada.

-¿Estás herida en algún otro sitio? -Preguntó él.

Sydney se encogió de hombros.

-No lo sé.

-Voy a hacer que el dolor vuelva, un poco. -Dijo él.- Para ver si tienes más heridas.

Ella asintió escuetamente. En una fracción de segundo, su agarre se hizo más fuerte sobre el brazo de ella, el frío pesado y penetrante se transformó en dolor, en pellizcos de dolor agudo por diferentes partes de su cuerpo. Ella jadeo, pero lo soportaba mientras le decía los sitios en los que el dolor era mayor. Le observó trabajar, su tacto era extremadamente delicado, como si tuviera miedo de romperla. Todo en él era delicado -su piel, su pelo, sus ojos, sus manos al danzar en el aire sobre su piel, tocándola solo si era absolutamente necesario.

-Bueno -Dijo Víctor, cuando ya la había vendado y había aliviado lo que quedaba de dolor.- Aparte de la herida de bala, y un tobillo torcido, pareces estar en buenas condiciones.

-Aparte de eso -Dijo Sydney secamente.

-Es relativo -Dijo Víctor.- Al menos estás viva.

-Lo estoy.

-¿Vas a decirme lo que te ha pasado? -Preguntó él.

-¿Eres médico? -Opuso ella.

-Se suponía que iba a serlo. Hace mucho tiempo.

-¿Y qué paso?

Víctor suspiró y se reclinó contra el toallero.

-Hagamos un trato. Una respuesta por otra.

Ella lo meditó, pero finalmente asintió.

-¿Cuántos años tienes? -Preguntó él.

-Trece -Mintió, porque odiaba tener veinte.- ¿Cuántos años tienes tú?

-Treinta y dos. ¿Qué te ha pasado?

-Alguien intentó matarme.

-Puedo verlo. ¿Pero por qué intentaría alguien eso?

Ella sacudió la cabeza.

-No te toca. ¿Por qué no te hiciste médico?

-Me metieron en prisión. -Dijo él.- ¿Por qué alguien intentaría matarte?

Ella se rascó la espinilla con el talón, lo que significaba que estaba a punto de mentir, pero Víctor aún no la conocía lo suficiente para notarlo.

-Ni idea.

Sydney casi preguntó sobre la prisión, pero cambió de opinión en el último momento.

-¿Por qué me recogiste?

-Tengo una debilidad por los desamparados. -Dijo él. Y entonces Víctor la sorprendió preguntándole:- ¿Tienes algún don, Sydney?

Tras un largo momento, sacudió la cabeza.

Víctor bajó la mirada, y Sydney vio algo cruzar su rostro, como una sombra, y por primera vez desde que el coche se había parado a su lado, sintió miedo. No ese miedo que lo consume todo, sino un pánico profundo y constante que se extendía por toda su piel.

Pero entonces Víctor alzó la vista, y la sobra se desvaneció.

-Deberías descansar, Sydney -Dijo él.- Tu habitación es la del final del pasillo

Se dio la vuelta, y se fue antes de que ella pudiera decir "gracias".

***

Víctor fue a la cocina de la suite, separada por el resto del salón principal solo por un mostrador de mármol, y se sirvió una copa del alijo de licores que Mitch y él habían estado reuniendo desde que se marcharon de Wrighton, y que Mitch había traído del coche. La chica estaba mintiendo y él lo sabía, pero resistió sus impulsos de recurrir a sus métodos usuales. Era una niña, y claramente estaba asustada. Y ya le habían hecho suficiente daño.

Víctor dejó que Mitch se quedara con la otra habitación. El hombre nunca encajaría en el sofá, y Víctor no dormía mucho, de todas formas. Si llegara a tener sueño, no le importaría para nada el lujoso sofá. Eso había sido lo que menos le había gustado de la prisión. No la gente, ni la comida, ni siquiera el hecho de que fuera una 'prisión'.

Era un jodido catre.

Víctor cogió su bebida y deambuló por el suelo laminado en madera de la suite. Era extraordinariamente realista, pero no chirriaba, y podía sentir en cemento debajo. Sus piernas habían pisado suficiente cemento como para saberlo.

Una pared del salón estaba hecha completamente de ventanas, con un conjunto de puertas de balcón en el centro. Las abrió, y salió a un rellano con siete pisos de altura. El aire era puro, y lo saboreó mientras apoyaba los codos en la barandilla de metal helado, empuñando su bebida, aunque el hielo enfriaba tanto el vaso que le dolían los dedos. No es que lo sintiera.

Víctor observó Merit. Incluso a esta hora, la ciudad estaba viva, una ciudad zumbante y repiqueteante, llena de gente a la que podía sentir sin siquiera esforzarse. Pero en ese momento, rodeado por el frío y metálico aire de la ciudad y los millones de cuerpos vivos, que respiraban, que 'sentían', no pensaba en ninguno de ellos. Su mirada flotaba sobre los edificios, pero su mente vagaba dejándolo todo atrás.

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