VI
Hace una semana
Centro Penitenciario Wrighton
La prisión era menos importante que lo que le interesaba a Víctor. Es decir, tiempo.
Cinco años en aislamiento le habían dado tiempo para pensar.
Cuatro años en integración (gracias a los recortes presupuestarios y la falta de evidencias de que Vale fuera anormal de alguna manera) le dieron tiempo para practicar. Y 463 reclusos con los que practicar.
Y los últimos siete meses le habían dado tiempo para planear este momento.
¿Sabias -Dijo Víctor, sacando un libro de anatomía de la biblioteca de la prisión (encontró particularmente estúpido el dotar a los reclusos de sentido detallado sobre dónde estaban los órganos vitales, pero que le iba a hacer)-, que cuando le quitas a alguien el miedo al dolor, le quitas el miedo a la muerte? Los haces, ante sus propios ojos, inmortales. Cosa que obviamente no son, pero, ¿cual es el dicho? ¿Somos todos inmortales hasta que se demuestre lo contrario?
-Algo así -Dijo Mitch, que estaba un poco preocupado.
Mitch era el compañero de celda de Víctor en el Centro Penitenciario Federal de Wrighton. Víctor estaban encariñado con Mitch, en parte porque Mitch se mostraba totalmente indiferente con las políticas de la prisión, y en parte porque era astuto. La gente parecía no percibirlo por el tamaño de su cuerpo, pero Víctor vio el talento, y le dio un buen uso. Por ejemplo, ahora Mitch estaba intentando provocar un cortocircuito en una cámara de seguridad con el papel de un chicle, un cigarrillo, y un pequeño trozo de alambre que se había guardado unos días antes.
-Lo tengo -Dijo Mitch unos segundos después, mientras Víctor hojeaba el capítulo sobre el sistema nervioso. Dejó el libro a un lado, y flexionó los dedos mientras el guardia se acercaba por el pasillo.
-¿Deberíamos? -Dijo él mientras el aire comenzaba a oler mal.
Mitch le dedicó una larga mirada a la celda, y asintió.
-Después de ti.
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