XIV
Hace dos días
El Hotel Esquire
La bebida se bamboleaba precariamente en la mano recién vendada de Víctor mientras paseaba. No importaba cuantas veces fuera de una pared de la habitación del hotel a la otra, y de vuelta, su inquietud se negó a desparecer. En lugar de eso, parecía acosarle, la estática mental crepitando mientras se movía. El impulso de gritar o golpear algo o lanzar su copa contra la pared le asaltó de repente, y cerró los ojos, y forzó a sus piernas a hacer algo que no querían: parar.
Víctor se quedó perfectamente quieto, intentando absorber la energía y el caos y la electricidad y encontrar su espacio de tranquilidad.
En la prisión, había tenido momentos así, la misma sombra de pánico asomándose como una ola, chocando contra él. 'Acaba con esto', siseaba, tentaba la oscuridad. ¿Cuantas veces había resistido el impulso de alcanzarla, no con sus manos sino con lo que tenía dentro, y lo había arruinado todo, y a todos?
Pero no podía permitirlo. Ni entonces, ni ahora. La única manera que tenía de salir de su aislamiento era convenciendo a los trabajadores, bajo un rastro de duda, de que era normal, sin autoridad, y que no resultaba ningún peligro, o al menos no más peligroso que los otros 463 reclusos. Pero en esos momentos de oscuridad encerrado en la celda, el impulso de destruir a cualquiera que estuviera cerca se volvía punzante. De destruirlos a todos, e irse.
Ahora, justo como entonces, se retorció, intentando olvidar que tenía poder para blandir contra los demás, tan peligroso como el filo de un cuchillo. Ahora, justo como entonces, cuando cerró los ojos y buscó silencio, una palabra se elevaba en su búsqueda, un recordatorio de por qué no podía permitirse el lujo de destruir nada, un reto, un nombre.
Eli.
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